Presentación de libro "DESDE TINAJO A CUBA: Ruperto Machín Duque, la muerte tras el sombrero", 25/10/2025





MARLENE E. GARCÍA PÉREZ
(Cabaiguán, 1965). Escritora y editora. Licenciada en Letras por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas. Tiene publicados más de cuarenta libros, entre ellos, varios de investigación lingüística, como la colección de diccionarios geográficos de los municipios Cabaiguán, Fomento, Sancti Spíritus, Jatibonico y La Sierpe (en coautoría), así como el Diccionario de la literatura de Cabaiguán y dos catálogos de Ediciones Luminaria con Mirta Z. Estupiñán González. Ha realizado compilaciones de poesía y cuento, de autores de su provincia y de su municipio. En divulgación científica tiene editado Tú eres tu nombre. Un acercamiento a los nombres propios (Editorial Gente Nueva, 2018; y lulu.com, 2023). Como narradora, han aparecido sus novelas A solas con Casandra (Ediciones Luminaria, 2000; Editorial Globo, 2001; E-Madeira, 2011 como ebook; Ediciones Unión, 2012; Ediciones Adalba, 2018; y Next Land Editions, 2023), con la que, en 1999, obtuvo el premio Miguel Ángel Bécquer, Primera mención en el Concurso nacional Fernandina de Jagua y finalista del Concurso Salvador García Aguilar en Alicante, España; La Canaria o La mitad de la sombra (Editorial Benchomo, 2001; Letras Cubanas, 2012; y Editorial Guantanamera, 2017), ganadora de la Beca de Creación Literaria del Centro Provincial del Libro de Sancti Spíritus, 2000;  A-Mar (Ediciones Luminaria, 2009; Aguere-Idea, 2011; y Editorial Primigenios, 2020) Premio de la Ciudad de Sancti Spíritus, 2008; y El Ojo de Horus (Ediciones Luminaria, 2021), Premio Benito Pérez Galdós 2014; así como el libro Cristóbal Afonso: el regreso a Icod (Editorial Benchomo, 2008) con Jorge Amauri Afonso, Premio Nacional de Testimonio Benito Pérez Galdós 2007. Obtuvo el Premio Nacional de investigación La enorme hoguera 2007, con Lo canario en la tradición oral cabaiguanense (Editorial Benchomo, 2010; e Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2016). Textos suyos han sido premiados en el Concurso Internacional de Granadilla de Abona 2009 (de relato y poesía); y 2011 (Primer Premio) y 2010 (Segundo Premio) en cuento; y obtuvo accésit en el Trinidad Arroyo en Palencia, España, 2010. Ha impartido conferencias en universidades y centros culturales de Cuba, Chile y España. Con este libro obtuvo el Segundo Premio Nacional de Testimonio en el Coloquio Historiográfico Canario 2011.

ERNESTO GARCÍA MACHÍN
(Cabaiguán, 1976). Investigador y poeta. Se graduó en Licenciatura en Pedagogía, en Física y Electrónica, en el ISP Silverio Blanco en 2001. Periodista, director de programas de radio y realizador de sonidos (2005-2007) en La Voz de Cabaiguán, de la que fue fundador. Obtuvo el Premio Nacional Mono-rosa de Poesía 2007 y Segundo Premio Nacional de Testimonio en el Coloquio Historiográfico Canario 2011 con este libro. Crónicas suyas han aparecido publicadas en el diario El País; y sus poemas, en las antologías Viajando al sur (Reina del Mar Editores, 2005), Los dioses secretos. Poesía contemporánea cabaiguanense (Editorial Benchomo, 2008) y el catálogo El sexo sentido con-sentido II (Desván Blanco, 2024). También le han editado varios plegables que forman parte de su libro inédito Los orishas en Cuba (patakíes y leyendas tradicionales, Editorial Benchomo, 2009). Ha presentado sus libros en ferias y eventos en Cuba y España. Tiene publicado los poemarios Laberinto de Ítaca (Editorial Benchomo, 2008) y Las orgías del sol (Ediciones Aguere-Idea, 2010).

PEDRO ANTONIO CABRERA HERNÁNDEZ
(Arrecife de Lanzarote, 1965). Estudió Geografía e Historia en la UNED. Se graduó como Experto Universitario en Conservación de Documentos y Obra Gráfica por la UNED y en Gestión Documental por la ULPGC. Es Responsable de Gestión Documental, Archivo y Protección de Datos en el Ayuntamiento de Tinajo desde el 2006. En su haber tiene publicados artículos sobre gestión de documentos en la revista de canaria de Patrimonio Documental Cartas Diferentes, además de otras publicaciones en la Editorial Walter Kluwer. Ha participado como ponente en varios congresos sobre Archivística y Gestión de Documentos. Es miembro de la Mesa de Trabajo de Archivos de la Administración Local con carácter nacional y miembro colaborador del Proyecto Internacional InterPARES Trust AI liderado por la School of Information University of British Columbia, Canadá. En 2020 el Congreso Nacional de Información y Servicios Públicos CNIS le otorgó el Premio al mejor proyecto de Archivo Electrónico.


LA MUERTE TRAS EL SOMBRERO: LO TRÁGICO EN LO INEVITABLE Y LA CONSTRUCCIÓN DEL MITO

Sonia Díaz Corrales


Santa Cruz de Tenerife, octubre de 2025 

Para presentar este libro, que cuenta la trágica y prematura muerte de un hombre llamado Ruperto Machín, quiero llevar su atención a tres elementos esenciales que ayudan a comprender el sentido de la pesquisa que emprendieron Marlene y Ernesto, cada uno por sus razones particulares. Marlene, en su faceta de investigadora tenaz tras el rastro de la historia de las fotuteras en los campos de Cuba; los toques de fotuto servían como escarnio para quienes, sobre todo en el ámbito de la pareja, perdonaban infidelidades, recibían de vuelta a quienes les habían abandonado y aquellos que, tras enviudar, contraían nuevas nupcias con personas más jóvenes de los que se esperaba de antemano el agravio de la traición. Ernesto, por correr el velo que Emilia, su abuela, puso sobre la muerte de su marido Ruperto, para lograr seguir viviendo y llevar hacia adelante a la familia, ya numerosa, que tenían cuando fue alcanzado por una bala salida del arma de Juan Santa Cruz, un revólver del calibre 38, en circunstancias bastante providenciales, durante una fotutera, alrededor de la media noche del día 9 de octubre de 1941, cerca del poblado de Santa Lucía, en el municipio de Cabaiguán, en la región central de Cuba. 
 Con la ayuda de Pedro Cabrera Hernández, archivero del municipio de Tinajo, en Lanzarote, Ernesto logró encontrar la punta de la madeja que le llevó a sus orígenes y al encuentro con su abuelo en su lugar de nacimiento. Todo eso entre camellos y burros, que atravesaban los paisajes enarenados en el siglo XIX, ceniza volcánica y nombres sonoros como Jameos del Agua y Cueva de los Verdes en el siglo XX despidiendo a los jóvenes que se iban a América en busca de una vida mejor, y entre ellos el hombre que su abuela había convertido en mito, adquiría la apariencia de un hombre real.
Ruperto (Tinajo, Fuerteventura) y Juan Santa Cruz (Garachico, Tenerife), los protagonistas del desgraciado incidente que terminó con la muerte de Ruperto eran isleños, así llamaban en Cuba a los inmigrantes canarios. Emilia era hija de gallegos, por eso le apodaban “la gallega”. Su familia inicialmente se asentó en Pinar de Río, la región más occidental de Cuba, muy pródiga en el cultivo de tabaco, y luego se mudó a Cabaiguán, donde se conocieron Ruperto y Emilia. Como seguro habrán notado, hasta sus mismos nombres, parecen sacados de una novela, casi servirían para anticipar el drama. 
Creo importante destacar que Cabaiguán, por ser un pueblo de tierras fértiles y uno de los productores de tabaco más notorios de Cuba, tenía un gran asentamiento de inmigrantes canarios que llevaron sus costumbres y asumieron las nuestras con bastante naturalidad y acierto, se casaron, procrearon, trabajaron y progresaron, llegando a tener algunos de ellos sus propias tierras o negocios bastante rentables. Algunos aun recordamos al abuelo palmero cantando: “Palmero sube a La Palma/ y dile a tu palmerita/ que se asome a la ventana/ que su amor la solicita…”, nada les impidió vivir, amar, fundar, prosperar, aun a aquellos que murieron prematuramente, como Ruperto.
Pero vayamos a esos tres elementos esenciales que le dan sentido a este libro:
El primero, es Emilia, “la gallega”. (proyectar foto de la pág. 76 del libro, Emilia y su hermana)
Cuando yo tuve conocimiento del mundo ella ya estaba por allí, era viuda y tenía en su haber un respeto bien ganado y una historia triste que llevar a cuestas. Era no solo el puntal de su familia, hijos, nietos, sobrinos, sino un poco también el de vecinos y amistades. Lo sé porque mis abuelos Pedro y Eugenia y mi madre y mis tíos, vivieron casi toda su vida con apenas una pared entre su casa y la de ella y a menudo compartían café en las mañanas. Cuando mi tía Nilda, muy jovencita, empezó a trabajar en el despalillo de tabaco, iban juntas de madrugada al trabajo y Emilia se llevaba un palo preparado porque un loco acosador la molestaba, cuando mi madre empezó a trabajar de empleada doméstica, también muy jovencita, la defendió de empleadores abusadores y la recomendó en los mejores lugares. Y mucho más acá en el tiempo, cuando mi tío Pitite enfermó de un cáncer terminal que lo mató en poco tiempo, la puerta de su cocina, que estaba junto a la de mis abuelos, no volvió a cerrarse hasta que él falleció y pasaron muchos meses de duelo, como si de una sola casa y familia se tratara.
Emilia fue la viuda que no se casó porque no quiso, porque ofertas tuvo, fue la trabajadora incansable y la persona de confianza hasta para aquellos que le dieron trabajo. Pero sobre todo llevó su dolor a través del tiempo como un secreto a voces, que impregnó a su familia y motivó a su nieto Ernesto a buscar sus orígenes en Tinajo y en su abuelo, del que apenas se podía hablar en voz baja y lejos de ella. Bien visto, sabemos que Ruperto nació en Tinajo, se fue a Cuba, se casó con Emilia, tuvo cuatro hijos y murió. Eso nos muestra la investigación que sustenta este libro, sin embargo, Emilia… fue quien lo mantuvo vivo, no solo en su memoria, sino en la de la imaginación popular y familiar, y lo convirtió en un mito. Ruperto trascendió su muerte porque Emilia nunca lo olvidó. 
El segundo elemento de cohesión narrativa y vital es el sombrero.
Hablemos del sombrero. ¿Para que lleva un hombre tal accesorio en medio de la noche? ¿Por qué los otros no lo llevaban? No tengo la menor idea. 
Solo quiero hacer una reflexión. Si observamos con atención la foto de Emilia y su hermana Petronila, saltan a la vista unos detalles importantes, esta es casi con certeza una de esas imágenes que hacían los fotógrafos ambulantes por las casas, se puede comprobar que la foto no lleva firma, como solían hacer los estudios fotográficos y, miremos el entorno y notemos el complemento de la mesilla con su tapete como elemento decorativo casi doméstico, así que estas dos damas se vistieron y engalanaron con sus mejores trajes para que nosotros pudiéramos apreciar esta noche el incipiente deseo de superación de aquellos que a pesar de ser pobres e inmigrantes, tenían la muda del decoro, la ropa de salir a una fiesta y de posar en una fotografía, hay quien diga que los fotógrafos llevaban sus propios accesorios; collares, mantillas o incluso el hermoso abanico que sujeta la mano de Emilia, sin embargo, obviando eso, les invito a observar con atención el corte de pelo y el peinado ondulado, los vestidos de talle bajo y escote reservado, con media manga, las medias y zapatos de tacón discreto, posiblemente cuadrado, en consonancia con la moda de la época. Tengo fotos de mis abuelos y he visto otras de muchos guajiros, cubanos e inmigrantes, gente de campo, que eran muy pobres, pero que buscaban mantener un cierto sentido de la elegancia, esa pulsión por mejorar, dentro de sus posibilidades. Lo mismo vale para la foto de Juan Santa Cruz que encontramos en el libro, la corbata y el pañuelito en el bolsillo de la chaqueta oscura sobre camisa y pantalón claros, el cabello y el bigote bien recortados, la silla de mimbre con el espaldar alto y, el detalle en sus manos, ¿es un diario? ¿cómo saberlo? La foto es tan antigua y auténtica que deja un sabor a pasado en el aire. Esa apariencia de distinción le inmortalizó en la fotografía, a pesar de que hoy sepamos que fue capaz de matar a otro hombre.
Desgraciadamente no tenemos fotos de Ruperto, así que les invito a imaginar. Para Ruperto, y los hombres como él, en aquellos campos de Cuba, si un hombre tenía dos mudas para trabajar toda la semana como jornalero, era rico, sin embargo, cuando el domingo iba de paseo a casa de un pariente con su familia, el sombrero no podía faltar. Aquel accesorio que inicialmente había servido a los campesinos para cubrirse la cabeza y el cuello del sol abrazador mientras trabajaban jornadas infinitas, había adquirido una dignidad más urbanita y presencial en la moda cuando el emperador de Francia, Napoleón III, apareció en la Exposición Universal de París, en 1855, llevando uno de ellos. En Cuba, en ese entonces, el sombrero distinguía a quien lo llevaba, de pajilla, jipijapa u otro material, un hombre con sombrero se mostraba en los gestos que el sombrero mismo le permitía hacer.
 Así que, una vez terminado el día, fuera a donde fuera, un hombre que tenía un sombrero de pajilla, lo usaba igual si iba a una fiesta, un funeral o un toque de fotutos. Seguramente alguno de los otros también lo tenía, pero no lo usó esa noche porque sabían que no serían invitados a beber en la casa del agraviado, quizás solo Ruperto lo llevaba porque tenía la intención de volver a su casa en Santa Rosa, cerca de Santa Lucía, después de varias jornadas de trabajo y seguramente no quería dejarlo donde solía pernoctar. No lo sabremos nunca. Quizás sí, quizás no, aquel detalle de rutina en el uso o vanidad masculina signó definitivamente la vida y la muerte de Ruperto. Solo imaginemos que hubiera sido distinto, que Juan Santa Cruz se lo hubiera tomado con tranquilidad, para simular, y demostrar que no le hacía caso a habladurías, como solía ocurrir a veces, y los hubiera invitado a pasar a su casa y a beber algo de ron, imaginemos la elegancia de Ruperto con su sombrero blanco de pajilla y ropa sencilla de jornalero, imaginemos cuando sintiéndose todo un galán, agradeciera a la mujer de la casa el acercarle un vaso, con la ligera inclinación de su sombrero, echado sobre la frente por su mano dominante.
Solo hay que ver como la moda ha convertido ese accesorio de trabajar en un hito y un símbolo de garbo y distinción, y como los campesinos cubanos ya apuntaban maneras para mejorar sus aspiraciones y cuidar de su apariencia física. Si realmente Juan Santa Cruz pudo distinguir el sombrero de Ruperto y atinar el disparo, como supone la investigación, y eso provocó su muerte, tenemos la certeza de que murió con toda elegancia. Todo lo dicho queda velado en el misterio, lo único que nos queda para encontrar explicaciones a lo inexplicable.
El tercer elemento esencial es la providencia, la casualidad, o como sea que se le quiera llamar al hecho fortuito de esa muerte. 
¿Fue o no el sombrero blanco delatando la presencia del hombre, como una diana segura, en medio de la penumbra?
¿Cuántos eran? ¿Cinco, seis hombres, fueron aquella noche a la fotutera? Los testimonios difieren. Juan Santa Cruz hizo múltiples disparos y a pesar de que la noche era oscura, alcanzó a dos de ellos. Solo uno murió. Suponen los investigadores que el sombrero de pajilla que llevaba Ruperto, lo situó como el blanco más destacado. 
Y aquí surgen todas las preguntas: ¿Pudo Juan Santa Cruz ver el sombrero que delataba al hombre en la cerrada oscuridad? ¿A aquella distancia, —alrededor de treinta metros—, era probable que acertara con un solo disparo mortal en su cabeza? Si los que estaban alrededor, ni siquiera vieron caer a Ruperto, de modo que pudieran suponerle muerto, ¿cómo pudo acertar ese disparo el tirador? ¿Qué mantuvo a Ruperto inmóvil, sin agacharse o girar el cuello, sin dar un paso adelante o retroceder cuando la bala salió del arma de Juan Santa Cruz?  ¿Quizás, se trata de que cada ser humano tiene su noche fatal, su día fatal, su hora? No hay modo de saberlo, solo podemos pensar en ello, suponer desde nuestro punto de vista sobre la existencia, desde nuestra fe, si aquella era la muerte esperando a Ruperto en su tiempo, o si solo fue un evento casual, una de esas cosas que ocurren sin que podamos esclarecerlas o explicarlas, salvo con la expresión coloquial de: “Lo que está para uno…”.
Despejados estos elementos, a mi juicio determinantes para que tengamos impreso lo que cuenta este libro que presentamos hoy, hay otros eventos fortuitos, también diluidos en el misterio, a destacar ahora; que Ernesto tuviera la curiosidad de investigar sobre ese abuelo casi fantasma, convertido en mito, por las vivencias y la memoria de su abuela, que volviera a los orígenes de su abuelo y perseverara en darle un cuerpo material, sostenido por datos, certificaciones y testimonios, que se encontrara con Marlene que ya investigaba sobre las fotuteras en Cuba, y que ambos se descubrieran investigando casi lo mismo por diversas razones y vías, que Ernesto y Marlene se dedicaran a indagar y decidieran escribir a cuatro manos este libro. Y que yo, casi conocedora de primera mano y de muchas oídas los hechos y los personajes de esta historia, también me dedicara a escribir y tuviera como un honor presentarles este libro para despertar el interés de ustedes en él. Que todos nosotros volviéramos aquí, la tierra de ellos, para honrarlos con el recuerdo.
Vaya por delante la idea de la providencia, nuestros abuelos recorrieron medio mundo para ir desde diferentes lugares de Canarias a Cuba en el siglo pasado, después de vivir historias como estas y otras que no contaremos esta noche, llegaron a un punto muy concreto de la geografía de Cuba, probablemente ni siquiera se conocieron entre ellos, sin embargo, algo en el tiempo y el devenir nos ha traído a esta noche, esta historia y este regreso a los orígenes, a nosotros tres y a cada uno de ustedes. 
Ruperto y su sombrero, Emilia y su nieto Ernesto, Marlene y su curiosidad, su ansia por conocer los detalles de cuanto encuentra a su paso, mi cercanía con ambos, o simplemente la providencia ha tejido esta historia que, aunque podría ser una novela, se ha asumido con la veracidad y la modestia de un libro de investigación. Ustedes que están aquí, juzguen si esto es solo una parte de lo que está por ocurrir después, cuando alguien encuentre este libro en su estantería; su hijo, su nieto, y descubra que su compañera de trabajo es Ileana, la hija de Marlene, que su novio es David, el hijo de Ernesto, o que su amigo es Héctor, mi nieto recién nacido.
Les invito a llevar esta historia con ustedes y hacerse parte de ella. 




















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