La conversación infinita-Dibujos (Juan Carlos de Sancho)








PRESENTACION
Román Hernández

Hay que destacar su dilatada trayectoria como escritor, traducido recientemente incluso al árabe Isla sombrero), pero lo que nos ocupa aquí hoy por tercera vez en Desván Blanco no es la presentación de un nuevo libro suyo como en ocasiones anteriores sino la presentación de sus dibujos. Después de 27 años sin exponer se da una casualidad, son 27 los dibujos inéditos que se muestran hoy.

Decía Horacio en la epístola a lo pisones: “Pintores y poetas gozaron siempre del derecho de atreverse a todo” (Horacio, Epístola a los Pisones, vv. 9-10). Un poema del premio Nobel británico Rudyard Kipling, que en muchas ocasiones hizo lo que Juan Carlos de Sancho, es decir, ilustrar sus propios libros dice así:

        Cuando la luz de un sol recién nacido cayó sobre los verdes y oros del Edén,
        nuestro padre Adán se sentó bajo el Árbol y rasguñó el moho con un palito;
        y el primer tosco dibujo que viera el mundo fue un gozo para su invencible corazón,
        hasta que el Diablo susurró oculto tras las hojas: «Bonito es, ¿pero será Arte?» 

Algo así fue lo que ocurrió hace 40.000 años cuando un neandertal dejó la marca embarrada de su mano sobre la pared de una cueva o con un trozo de madera quemada, lo que conocemos hoy como carboncillo, trazó imágenes. Desconocemos el sentido de esas marcas ―de la misma manera que el Diablo en el poema de Kipling―, pero sí sabemos que 20.000 años después los hombres empezarían a usar las imágenes como modo de expresión y de comunicación y que, tras algunos milenios, surgirían a partir de ellas los primeros signos escritos. Valga como traslación visual el conocido fresco pompeyano de la joven con el punzón y la tablilla: ¿está pensando en trazar un dibujo o en escribir unas palabras? No olvidemos que el dibujo es anterior a cualquier tipo de escritura.

Durante 40 siglos en el Egipto faraónico, ser un buen escriba iba a ser lo mismo que ser un buen dibujante: un signo preciso hacía referencia a una cosa precisa con la que guardaba similitud. 

En las culturas japonesa o china, por ejemplo, se sigue utilizando una escritura parcialmente ideográfica. 
Y lo cierto es que muchos de los dibujos de los escritores proceden justamente de ese gesto, de la facilidad con que una mano distraída se encamina hacia los márgenes de un papel para ponerse a garabatear formas, geometrías y perfiles con la misma pluma con la que antes trazaba diligente y lentamente palabra tras palabra.

¿Pero por qué pintan los poetas y escriben los pintores? La explicación hemos visto que varía con los siglos. Durante milenios la imagen sirvió de soporte comunicativo de las narraciones para las masas iletradas y la escritura continuó requiriendo también de formidables dibujantes y pintores. 
Un interesantísimo ejemplo es el códice del escritor, filósofo y teólogo del S.  IX,  Rabano Mauro donde su autor muestra auténticos poemas gráficos como el Cristo ad quadratum que versan sobre la alabanza a la Santa Cruz un interpretación cristiana del concepto pagano de la inscripción del hombre de perfectas proporciones inscrito en el círculo y el cuadrado del tratado de Arquitectura de M. Vitruvio.
No siempre pintaron unos y escribieron otros. Durante el Renacimiento, raro era el escritor que acudiera a la pintura y, sin embargo, son relativamente abundantes los pintores y escultores que escribían, bien poemas, bien textos de otro tipo más teórico, pensemos por ejemplo en L. Da Vinci, G. Vasari o L. B. Alberti. 
Los poetas debían de ser cultos y aspirar al humanismo ―a la manera de Petrarca― de igual manera que los pintores y escultores, practicantes de una disciplina aún a caballo entre la artesanía y las artes liberales. 
La versatilidad de Miguel Ángel es de sobra conocida: escultor, pintor, arquitecto, diseñador de fortificaciones… y poeta. Nunca entendió la poesía como un oficio, ni como una aspiración humanista sensu stricto, pero la practicaba con pasión desde que en torno a los treinta años aparcara durante un tiempo la escultura para dedicarse al estudio de las letras siendo esta una afición que mantendría hasta su muerte, solo sus sonetos suman 300.
“La relación del lenguaje con la pintura es una relación infinita”, decía Foucault, al hablar de Las meninas de Velázquez y así también es la relación de los escritores y los pintores con la pintura y la escritura, respectivamente. 
Incluso con la escultura véase el ejemplo de J. Plensa o yo mismo en esa relación directa entre escultura y pensamiento creativo escrito donde la imagen cohabita con el texto inmerso en ella.
Son notables ejemplos las liricografías de R. Alberti, las grafías de los caligramas de Julio Campal sin olvidarnos de los breves textos que acompañan a las obras visuales: los títulos de los cuadros que, como en los grabados de Goya, se convierten en verdaderos epigramas literarios tal y como nos presenta también Juan Carlos de Sancho en sus dibujos.
Otros ejemplos significativos son los temblorosos dibujos que Dylan Thomas despachaba en las servilletas del pub para diversión de los contertulios o el intercambio de textos y dibujos también en servilletas entre Modest Cuixart y Emilio Machado (ambos pintores) que se intercambiaban para insultarse mutuamente por supuestamente robarle la novia uno al otro. Esa correspondencia epistolar pasó a formar parte de la colección del dueño del bar al que acudían con frecuencia.  
Pero por muy normal que sea hacer dos cosas a la vez lo cierto es que la obra plástica de los escritores, aun cuando ésta es más bien mediocre o pobre, como en el caso de T. S. Eliot, Durrell o Bukowski, nos provoca un interés que va más allá de la obra en sí. Creemos ―y algunas veces es bastante probable que sea así― que nos revelará aspectos ocultos e íntimos de la personalidad del artista.
William Blake o Baudelaire también fueron notables dibujantes y otro gigante del romanticismo, el francés Victor Hugo, representa tal vez un ejemplo menos conocido de artista completo pues realizó más de 3.000 dibujos, en un principio práctica privada o para un pequeño círculo de familiares y amigos. Lo cierto es que la obra plástica de V. Hugo se adelantó a su tiempo al experimentar con las formas azarosas (gotas de tinta, manchas) y materiales no tradicionales (como por ejemplo el café, el maquillaje o el zumo de frutas) y utensilios diversos (como cerillas, palillos, las barbas de la pluma o sus propios dedos), adquiriendo en ocasiones rasgos que anticipan el expresionismo, el surrealismo, y la abstracción.
Será con el cambio de siglo XX acentuándose según progresan las vanguardias, cuando los pintores comienzan a escribir para, en numerosas ocasiones, explicar por escrito sus nuevas ideas (manifiestos, diarios; incluso novelas, como G. de Chirico), incorporar lo verbal a su pintura (como Klee) o acercar, con la utilización de ciertas formas, las composiciones pictóricas a la escritura como hizo Kandinsky.
Paul Klee, que antes de ser pintor fue o quiso ser poeta, además de violinista y profesor de La Bauhaus, afirmó en su diario: “En el fondo soy poeta, pero el saber que lo soy no debería ser obstáculo en las artes plásticas”. 
La lista es muy larga: Cernuda, Juan Ramón Jiménez, R. Alberti o Federico García Lorca quien en 1927 escribió: 
Cuando un asunto es demasiado largo o tiene poéticamente una emoción manida, lo resuelvo con los lápices», insistiendo en otras cartas en el placer que le produce tanto la práctica («me siento limpio, confortado, alegre, niño, cuando los hago») como el reconocimiento (“usted ya sabe el extraordinario regocijo que me causa el verme tratado como pintor”). 
Sus dibujos como los de Juan Caros de Sancho responden bien, creo yo, a aquello que decía Cocteau de los dibujos de poeta: “Los poetas no dibujan, desenredan su escritura y después la atan de nuevo, pero de forma diferente”.
En cuanto a los pintores, tal vez los escritos más conocidos sean los de Picasso, lector empedernido de poesía que en algún momento admitiría: 
“Materialmente dediqué el mismo tiempo a ambas actividades [la escritura y la pintura]. Quizá algún día, cuando yo desaparezca, apareceré descrito en los diccionarios de esta manera; Pablo Ruiz Picasso: poeta y autor dramático español. Se conservan de él algunos cuadros”. 
Quizás lo que persigue nuestro escritor-dibujante Juan Carlos de Sancho con la velocidad del gesto libre, no sea al trazo sino al trayecto, el idioma interior, hecho de imágenes que se escriben y letras que se dibujan, que sirve para lograr decir lo que no puede decirse con palabras.


DEL DIBUJO Y SUS AVERIGUACIONES
Juan Carlos de Sancho

Mis dibujos son también fábulas. Relato en ellos mundos que no sé aquilatar con palabras, tiene que ver con algo que no controlo, con la poesía y mis quimeras. Cuando escribo mucho pienso mucho y me canso, entonces dibujo y recupero el vuelo del águila, la caída en picado, el planeo sin rumbo. Cuando dibujo dejo libre  mi mente y la mano va como sola, como un barco sin rumbo ni timón. Y no importa la Idea final, es como ir muy lejos, tan lejos como lo sea mi atrevimiento.
Los dibujos son también palabras, pero tienen un poder que ellas no tienen: su efecto es inmediato. Cuando escribo dejo pasar unos meses para ver qué es lo que he escrito realmente. Pienso con imágenes, veo mis relatos y después los cuento. Pero cuando dibujo no sé qué es lo que va a salir, lo voy descubriendo mientras la línea avanza y va dando formas a mis intuiciones. Cuando dibujo no corrijo, cuando escribo sí. Los dibujos no tienen adjetivos, son todo un adjetivo. Los adjetivos en los cuentos son los que dan color a las frases.

Escribir y dibujar son las dos formas que tengo de contar. Escribiendo pienso, dibujando no. El dibujo es una carta de presentación inmediata y cómo escribes también, aunque no siempre. Cada formato tiene su trazo y su propia sintaxis, yo creo que en mi caso son indivisibles, escribo dibujando y dibujo escribiendo. En los dos casos cuento fábulas, improcedentes.


















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