TRANSFORMACIÓN DEL PAISAJE (ANDRÉS DELGADO)

Transformación del paisaje 

Andrés Delgado

copyright: TVC, noviembre 2021







 

 

El principio del Sur

 

A Heidi Medina, in memoriam

 

 

Decía el crítico argentino Héctor Libertella que, por paradójico que pueda parecernos, la verdadera madurez de un creador depende del reencuentro con su identidad y su entorno primigenios: que la voz y la mirada adquiridas fortalezcan y den cauce al “vagido del bebé primitivo que fuimos cuando niños y que sigue hablando y mirando por nosotros”.

Desde que, hace un lustro, retornara de Madrid a sus raíces del sureste tinerfeño (es un decir, porque ese singular espacio está omnipresente en la inspiración de toda su obra: su Güimar natal, ahora remplazado por la Villa de Arico, a tan sólo unos kilómetros de distancia y, significativamente, en la mismas coordenadas medianeras de pureza originaria y cierta equidistancia del mar, esto es, al principio del Sur), Andrés Delgado viene ahondando en ese anhelo de plenitud que Novalis se figuraba como hacer brotar y regar “la flor azul de los contrarios”. En efecto, acaso por la proximidad física de los modelos,  ya no se busca tanto evocar al paisaje en un recuadro como liberar al que es, convocarlo. No por nada, el título de estas piezas es Transformación del paisaje. Espectador y a la vez matrona de esa mutación del entorno, el artista se vuelve necesariamente ambidextro, de tal modo que su impronta más subjetiva en la interpretación del paisaje se combina –in the other hand con la recarga matérica más variopinta, a la búsqueda de la máxima analogía del paisaje expresándose a sí mismo. No hay aranceles entre el texto del artista y la textura del cuadro. Tras esa suerte de esbozo de alambradas, es un contrabando de fronteras lo que prevalece en esta Transformación…, empezando por la progresiva abolición de la línea divisoria entre paisaje interior y paisaje externo. Y, en lo formal, con la incorporación de materiales diversos (metal, telas, madera) no hay tampoco distingos entre pintura y escultura; o, sobre todo, entre figuración y abstracción, pues son, más literales o más implícitos, dos momentos de la misma transformación paisajística.

Desde su panóptico situado al principio del Sur (en sentido geográfico, equidistante aún del sur megaturístico y de las costas, donde los bungalows atrincheran a los flamboyanes y a las tabaibas –desde un Sur que, en cierto modo, aún mantiene sus principios–; pero también en sentido figurado: el principio del propio espacio edénico, que conmina a la creatividad), Delgado ensaya, en efecto, la abolición de los contrarios, a través de sus peculiares trazos, que participan, a la vez, de lo mineral, lo vegetal y lo orgánico. De pronto, un haz de lingotes verticales, es a la vez un enjambre de cactus o los dedos del pintor con los pinceles incorporados. O, de pronto, unos ocres montículos bajo el cielo grisáceo son la orilla playera de un mar desecado, donde las nubes aterrizan para representar la espuma… Pero lo cierto es que cualquier onirismo interpretativo queda muy pronto desmentido por la concreción. En resumidas cuentas, Transformación del paisaje, concebido desde la madurez de lo primigenio que señalábamos al comienzo, no admite ser cribado de una vez por todas como analógico o simbólico, abstracto o figurativo, pictórico o escultórico, mineral u orgánico, terrestre o celeste, auroral o crepuscular, paisaje interior o externo… sino todo lo contrario: es decir, el florecimiento ocre y azulado de lo enteramente contrario.  

 

Antonio Puente

 

 

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